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EL BALLET AZUL

De la mano del técnico argentino Fernando Paternoster, Emelec alcanzó un estilo de juego estéticamente espléndido y contundente a la vez, logrando de esa manera una identidad futbolística que perduraría a través de los años. Fue de 1961 a 1965, la etapa del Ballet Azul.

“Tal vez los sistemas y las tácticas han evolucionado, pero al mismo tiempo perjudicaron al fútbol. Para mí la consigna debe ser siempre la creación. Eso es lo que aprovechó tan bien don Fernando Paternoster para hacer del Ballet Azul lo que fue: el equipo más grande de todos los tiempos en Ecuador. Jugábamos 3-2-5, con la particularidad de tener tres zurdos, Ortega, Raymondi y yo; y dos derechos: Bolaños y Balseca. Aquel era un equipo espectáculo y espectacular”.

La sentencia pertenece al eterno goleador “eléctrico”, Carlos Alberto Raffo. Y, según quienes tuvieron la dicha de ver aquel equipo de ensueño, está cargada de verdad.

En los primeros años de la década del 60’, Emelec alcanzó un estilo de juego estéticamente espléndido y contundente a la vez, logrando de esa manera una identidad futbolística que perduraría a través de los años. Pero que no habría sido posible sin la batuta del maestro Paternoster.

“El Marqués” de Avellaneda

Tenía fama de bonachón y caballero don Fernando Paternoster, cuando llegó a Guayaquil, a principios de los 60’, y bordeando los 60 abriles, para dirigir al Club Sport Emelec.

Había sido un zaguero aguerrido del Racing Club de Avellaneda -donde se ganó el apodo de “El Marqués- y nada menos que subcampeón del mundo con Argentina en el Mundial Uruguay 30’. También había triunfado en Colombia, en plena época de El Dorado, como director técnico de Atlético Nacional de Medellín.

Pero a pesar de sus logros, era un tipo humilde. Y su receta mágica no era precisamente una pizarra llena de estrategias, lo hacía todo simple. Así contó hace poco Roberto Eliseo Ortega, ex gloria azul: “Don Fernando nos decía: muchachos, jueguen tranquilos, hagan lo que saben. Él no era muy táctico, lo que sabía era tratar al jugador y armonizar el grupo”.

En síntesis: el DT se la jugaba por sus jugadores, y ellos se la jugaban por él. Consecuentemente, el mayor beneficiado era el equipo.

Fútbol de elegancia y clase

La gente se deleitaba mirando el impresionante despliegue de talento de los jugadores eléctricos. Era una sinfonía de genialidades, los futbolistas eléctricos se movían de manera tan sincronizada y elegante dentro de la cancha, que la prensa los empezó a llamar: “El Ballet Azul”

Así fueron conquistando varios torneos locales. Acaso uno de los cuadros más recordados de la era del “Ballet Azul” fue el que formaron en 1962 el arquero Ramón Maggeregger, los zagueros José Romanelly, Alberto Cruz Avila y Felipe Mina; los volantes Henry Magri y Carlos Pineda; y los temibles atacantes José Vicente Balseca, Jorge Bolaños, Carlos Alberto Raffo, Enrique Raymondi y Roberto Ortega, estos últimos más conocidos como “Los Cinco Reyes Magos”.
“Aquel equipo practicaba un fútbol preciosista, de frac, bastón, y chistera; de toque y avance, de pausa y aceleración, diagonales, centro, shuty gol. Virtualmente hacían goles cuando les daba la regalada gana y cada cual provenía de una maniobra espectacular”, reseñó hace un tiempo en una edición especial de Emelec, el ex directivo y actual periodista Otón Chávez Pazmiño.

Los elogios le llovían al equipo de Paternoster. Pero el DT, desde su inmensa sencillez, decía: “Hay que ubicar a los jugadores según sus características técnicas, y luego viene el sistema; nada saco con tener un sistema en la cabeza si no poseo los jugadores adecuados para ello”.

La gloria del 65’, el adiós de un genio

Jugando contundentemente, era cuestión de tiempo que los muchachos de Paternoster se consagraran campeones del Ecuador. Y lo lograron en 1965, sumando la tercera corona nacional a las vitrinas millonarias.
Fue tanto el esplendor de ese equipo, que terminaron el torneo sin perder ningún partido, ni de local (ya en el estadio “Modelo” Guayaquil), ni como visitante.

Tiempo después de obtener el título, Paternoster regresó a la Argentina. Y su talento se apagó para siempre un 6 de junio de 1967, en Buenos Aires, cuando tenía 63 años.

Ya su legado era inmortal. Pero igual dejó retumbando en los oídos de los directivos una petición que permanece viva: “Ustedes tienen la obligación de mantener grande al Emelec. Tomaron la banda del River Plate agentino, tienen el azul del Millonarios bogotano, cuentan con estadio propio, gestionaron el profesionalismo en el Ecuador, pero el dinero no hace jugadores, ayuda, pero no los hace. No se olviden de eso nunca…”

César Torres
emelec.com.ec

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